Cantaba Sting a finales de los 80: "I'm an alien, I'm a legal alien. I'm an englishman in New York". Pues si ya entonces, se le hacía raro al señor Gordon Sumner, alias Sting, los comportamientos americanos para con los extranjeros, ni te cuento lo que tuvo que pensar el otro día cuando, en el aeropuerto de Heathrow, antes de embarcarnos hacia territorio Obamil, nos revisaban a todos de arriba a abajo buscando armas de destrucción masiva.
Estaba delante de mi. El pollo no salía de su asombro. Le hicieron quitarse absolutamente todo. Bueno, casi todo. Al buen hombre no pareció gustarle mucho, pero me parece que el cacheo llegó a hincharle las pelotas. Hecho que sólo podría corroborar el propio cacheador y que por ello no vamos a entrar en discusión.
A lo que vamos: el buen hombre sale del cacheo y me toca a mí enfrentarme a una señora de rasgos persas que me hace lo mismo que antes a mi compañero de fatigas. Quítate cinturón, zapatos, cazadora, jersey. Una vez indefenso me hacen pasar hacia un tipo con guantes de látex. En ese momento te esperas lo peor; ya echaba de menos a la persa. Te pones mirando hacia él y te sobetea de cara, pero en el siguiente movimiento, en el cacheo por la espalda, la visión de unos guantes de látex bien tirantes me hacía no tenerlas todas conmigo. Sin daños colaterales, volví donde mi amiga.
Todo el registro de pertenencias iba como la seda hasta que, al abrir mi mochila, ve una copia de la película Sangre de Mayo (José Luis Garci, 2008). En ese momento, la buena mujer se queda pensativa mirando la película.
Inicialmente me hizo gracia el detenimiento con que miraba el DVD, pero según me iba dando cuenta cuales podían ser sus pensamientos se me encogía el estómago solo de pensar que a esta señora, por culpa de la película, se le ocurriese meterme en alguna sala "especial".
Y, ¿por qué ese miedo? Pues mirad la carátula y decidme si no parece una imagen estilo "El fuego de Alá contra los infieles". En ese momento en el que me veía preso en Guantánamo, sólo se me ocurrió intentar flirtear con la buena señora para hacerla entrar en razón:
- Es una famosísima película española, le dije.
La buena mujer levanta la cabeza, me mira fijamente y no dice nada.
- ¿La ha visto?
Confundida, niega con la cabeza sin esbozar la más mínima sonrisa.
- Pues debería verla. Se la recomiendo.
Creo que era la primera vez que alguien se interesaba por sus aventuras cinematográficas, así que, aprovechando su desconcierto, agarré la película y la volví a meter en la mochila.
Y, aunque el bueno de Gordon cantaba en esa misma canción: "A gentleman would walk but never run", yo puse "pies en polvorones" hacia mi puerta de embarque, no fuera a ser que la persa cambiase de opinión.